Soy autista
Hace poco recibí un diagnóstico que llevaba años buscando sin saberlo del todo: soy autista. Fueron momentos de ir encajando lo que me decía Karla, la psicóloga que me evaluó, de querer correr para llegar a la conclusión pero esperar a escucharlo todo, y de sentir que de pronto había paz. Tenía mucho miedo de ese momento. Pensé que lloraría, que entraría en una crisis existencial, que me dolería. Pero lo que siento es alivio, calma, tranquilidad, orgullo. Es como si de pronto todo estuviera en su sitio. Tenía miedo de tener que enfrentarme a que he estado mintiéndome toda la vida y a tener que reconstruir mi identidad desde ceros, pero no se siente así. Lo que estoy sintiendo no es haber llegado a casa, sino que he estado en casa ya desde hace mucho tiempo, parafraseando a Ernesto Reaño.
Luego de darme unos días para irlo asimilando, decidí que
quería escribir esta entrada. Dudé mucho sobre si hacer pública o no mi
identidad, por el capacitismo y el rechazo que vienen asociados a ella. Eso
tiene dos problemas: el primero es que si quiero utilizar esa información para
mi beneficio voy a tener que empezar a hacer cosas que tarde o temprano van a
revelarlo, y el segundo es que mi silencio contribuiría a la visión de que el
autismo es algo negativo que hay que ocultar. Así que me toca hoy escribir
sobre mi proceso.
Quiero aclarar también, antes de continuar, que quise
escribir esta entrada por lo que pueda ser de ayuda a otres. Quizás haya
alguien entre la gente que conozco que necesite escuchar estas palabras. Sé que
a mí me habrían sentado bien hace un par de meses. Han sido las palabras de
otres autistas las que me han permitido reconocer mi propia identidad y decidir
verlo así, como una identidad a afirmar y no como una patología.
Para mí, descubrirme autista ha sido un proceso que ha
durado años. Siempre fui una niña rara, me la pasaba leyendo todo el tiempo que
podía, fui muy torpe, me resultaba extraordinariamente difícil hacer amigxs, no
sabía cómo comunicar lo que sentía y aunque disfrutaba estar conmigo misma
también me podía sentir profundamente sola aunque estuviera rodeada de gente. No
me gustaba ir a los centros comerciales, ni la ropa femenina, ni me interesaba
mucho el maquillaje, y el contacto físico me resultaba muy desagradable. La
gente a mi alrededor me decía siempre que yo era muy inteligente y yo pensaba
para mis adentros que no podía serlo porque no entendía nada del mundo ni de la
gente. Con el tiempo, transformé mi inseguridad en arrogancia y mi ineptitud
social en rebeldía. Si el mundo y yo no íbamos a comprendernos nunca, debía
mostrarme egoísta y desinteresada. Una buena máscara, que se caía siempre a la
menor provocación porque siempre me ha importado mucho poder establecer
relaciones con otras personas. A veces lograba pasar por el aro. Otras, mi
rareza salía a flote enseguida. Creo que esa mezcla de soledad, incomprensión y
obsesión por entender me llevó primero a buscar un refugio del mundo en la
literatura y luego una explicación en la psicología y en la psicoterapia.
Por supuesto, tuve la primera sospecha fuerte mientras estudiaba
la carrera. Recuerdo que cuando tocamos el tema del autismo había muchas cosas
que me hicieron sentido, pero también muchas otras que no; ahora entiendo que
hay un sesgo de género importantísimo en nuestra concepción del autismo y que muchas
de las concepciones erróneas que tenemos sobre él tienen que ver con lo que han
dicho investigadores no autistas sobre una experiencia que les resulta
incomprensible – tan incomprensibles como nos parecen elles a nosotres.
No recuerdo haber compartido con nadie mis dudas, ni siquiera
si en ese momento fue algo importante para mí. Es curioso verlo desde aquí,
desde este momento de mi vida, porque tuve a la mano la información que habría
podido sacarme del hoyo en el que estaba en ese momento y simplemente fui
incapaz de verlo, en gran parte porque estaba muy drogada en esos años – o bueno,
bajo un tratamiento psiquiátrico inadecuado, que es lo mismo. Me pregunto qué
habría pasado si ese semestre mi cerebro no hubiera estado bajo los efectos de
los psicofármacos, si me hubiera armado de valor para hacerle algunas preguntas
a mi profesora, si mi psiquiatra y mi terapeuta hubieran estado mejor
informados. No puedo cambiar mi pasado, me queda claro, pero sí puedo hacerte
llegar mis dudas a ti, que quizás puedas hacer algo por ti mismx o por alguien más.
Los tratamientos convencionales suelen ser inútiles en estos casos; yo supe que
eran inútiles en mí mucho antes de entender por qué. Mi “depresión” y mi
ansiedad siempre han respondido bien a estar sola, a una buena noche de sueño,
a leer un buen libro, a comer bien y a hacer un poco de ejercicio; tiempo,
descanso y hacer cosas que me gustan sin exigirme nada hacen maravillas… porque
eso es justo lo que necesita mi cerebro.
En vez eso, me tocó aprender a mentir y a ir desarrollando estrategias
que me funcionaron a medias. Y me tocó hacer a un lado mi duda porque había
cosas más urgentes pasando en mi vida en ese momento. A veces me volvía a
surgir la pregunta, como cuando uno de mis youtubers favoritos se declaró
públicamente autista. Decidí no ver el live donde lo explicaba a fondo, aunque
se había quedado grabado. La palabra me daba miedo, huía tanto como gravitaba
hacia ella. Mientras, iba trabajando por mi cuenta, a veces con ayuda de mis
terapeutas y a veces a sus espaldas, construyendo mi propia identidad,
experimentando, buscando desesperadamente lo que necesitaba para sentirme una
persona completa. Decidí volverme psiconauta y utilizar psicodélicos a solas,
porque me daba cuenta de que no quería exponer mi mundo privado frente a nadie.
Quizás también porque los psicodélicos me quitan la máscara y termino haciendo
mucho stimming en mis viajes. Hice mucho de esto a escondidas. Cuando los
psicodélicos me hicieron el regalo de devolverme mi sensibilidad decidí
explorar también mi sexualidad, a fondo y también a escondidas, explorando lo
que me prende de verdad y no solo lo que debería gustarme. Probé todo lo que
quise probar, lejos de la mirada vigilante de quienes insisten en que las
gordas no cogen y que las mujeres decentes sólo se dejan coger por el hombre
del que están enamoradas. Y llegué a mis treinta años con la convicción de que
lo había conseguido, de que había descubierto finalmente quién soy, que me
había asumido gorda, bisexual, psiconauta, agnóstica y rebelde.
Ya había bajado la guardia y estaba comenzando el arduo
proceso de ir saliendo de los diferentes armarios en los que había habitado,
pensando que ya no me esperaban muchas sorpresas más, cuando tuve la
conversación que me trajo hasta aquí. No íbamos a hablar de eso, al menos no
inicialmente, pero los hongos decidieron que había llegado el momento. Es
curioso eso. Estaba con una amiga en mi departamento, habíamos comido una dosis
baja de choco hongos y estábamos hablando un poco de todo lo que nos estaba pasando
en la vida, cuando me contó que le habían diagnosticado TDAH y que había
decidido evaluarse después de que alguien más le contara su experiencia.
Mientras me iba describiendo su forma de percibir el mundo yo sentía que
alguien me estaba quitando el piso de los pies. Muchísimo de eso me hacía
sentido y casi todo me parecía normal. Ella estaba describiendo mi teoría de la
mente y yo estaba ahí, escuchándola entre riéndome y preocupándome. Cerramos
esa parte de la conversación con ella diciéndome que creía que yo era más bien
autista y yo diciéndole que prefería no saber.
Una semana me duró la necedad. Caí de casualidad en una
fiesta a la que me invitaron de último minuto y en la cena de después volví a
escuchar la experiencia de otra amiga, esta vez sobre cómo se había
identificado como autista. Éramos cuatro en la mesa pero en algún momento sentí
que sólo éramos ella y yo. Por supuesto, le escribí para pedirle que
volviéramos a hablar y me fui a desayunar con ella. Salí de ahí con la certeza
de que había llegado el momento de pasar por una evaluación.
Tuve la suerte de encontrar a Karla. No voy a mentir, el
proceso de la evaluación es doloroso… tener que recordar cómo ha sido tu vida
cuando la has pasado tan mal durante tantos años duele. Pero hacerlo con Karla
marcó la diferencia. No me sentí juzgada por ella en ningún momento, aún cuando
le dije cosas que siempre había mantenido en silencio por miedo al juicio y al
rechazo. Fue un proceso de unos dos meses. Hablaba con Karla, respondía tests,
leía libros, escuchaba y veía videos, lloraba, reflexionaba, me drogaba, dormía
poco o mal, probaba cosas nuevas, me atrevía a seguir lo que mi cuerpo me iba
pidiendo, probé a no negarme los estímulos ni la falta de ellos que necesitaba,
y poco a poco la conclusión se iba haciendo inevitable. Mi mayor miedo estos
dos meses ha sido no ser autista, que Karla me dijera que todo apuntaba a que
no era eso lo que me pasa. Las últimas 24 horas me las pasé luchando con esa
duda. Y escuchar finalmente que lo soy ha sido liberador.
Por supuesto que el mundo nunca me ha hecho demasiado
sentido, por supuesto que he terminado descubriendo que vivo mucho mejor fuera
las normas sociales que adhiriéndome a ellas: vivo en un mundo creado para
personas cuyos cerebros procesan la información de una forma radicalmente
diferente al mío. Es tan obvio que decirlo así me hace sentir un poco ridícula.
¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Cómo nadie se dio cuenta antes? Carajo, llevo
desde los 13 años en terapia y es a los 30 que vengo a enterarme de que lo que
pasa a mí es que soy autista. He perdido la cuenta de los fármacos y las
técnicas que he probado en vano intentando obtener una estabilidad emocional y
acabando con dolor físico e ideación suicida cada tantos meses. Todo eso para terminar
dándome cuenta en este brevísimo período de dos meses que lo que yo necesito
para no sentir que mi cuerpo me quiere matar es utilizar audífonos y evitar el
frío directo en ciertas partes del cuerpo; claro, seguramente hay más cosas que
iré descubriendo, no deja de ser un proceso. El problema aquí es que por más obvio
y evidente que parezca esto no lo fue durante 30 años de mi vida. Hasta que yo
no escuché las palabras de la boca de Karla, no dejé de dudar frente a lo
obvio. Mucho de eso es desinformación, pero también es haber aprendido a mentir
tanto con tal de ganarme un lugar en el mundo que terminé por cegarme a mí
misma. Hoy puedo voltear a mi pasado y agradecer muchas cosas, sí, pero no puedo
dejar de ver toda la tortura psicológica (y eso no es ni una exageración ni una
metáfora) que tuve que atravesar. Es muy duro darme cuenta de que nunca hubo un
verdugo consciente de estarlo siendo, sólo personas bien intencionadas. Si no
me resulta enloquecedor saberlo es porque entiendo también que esto es un
problema estructural, y puedo ver el amor y los intentos de construir puentes de
parte de las personas que amo y me aman, a pesar de todo.
Sé que he escrito cosas fuertes en esta entrada. Sé que
tendría derecho a la rabia. A veces la siento todavía. Por suerte, hoy me
siento sobre todo en paz y profundamente agradecida con quienes han sido parte
de mi proceso – ustedes saben quiénes son, muchísimas gracias por estar aquí. Nunca
me había sentido tan amada como cuando Karla me contó de la conversación que
tuvo con mis padres como parte de la evaluación. Ese sentimiento es un absoluto
privilegio. No es lo más común, tomando en cuenta la alarmante cantidad de
padres que han optado por asesinar a sus hijos al saberlos autistas.
Aunque lo he intentado, no me he suicidado. Aunque no es lo
más estable del mundo, tengo un trabajo. Aunque no siempre ha sido así, hoy
puedo decir que no tengo ningún problema de salud mental. Llegar a los 30 con
un diagnóstico tardío y haber logrado eso no es de ninguna manera un logro
personal incuestionable, sino un reflejo de que las condiciones en las que he
vivido me han permitido llegar hasta aquí. Podría mirar las estadísticas y
creer que soy una chingona por estar de este lado… pasa que yo ya no me creo el
cuento de la meritocracia. Soy consciente de que eso no ha sido siempre así y
de que podría volver a cambiar. Sé que escribir esta entrada es sólo el primer
paso de un camino que no es corto ni fácil y que no sé a dónde va a llevarme,
pero que necesito comenzar ahora.
Sé que quizás habrá personas que deseen expresarme algo
sobre esta entrada, porque la mayoría de quienes me leen me conocen de algún
lado, pero por ahora no tengo ganas de responder comentarios ni preguntas, con
una importante excepción: si algo de lo que acabas de leer resonó con tu
experiencia, si eres neurodivergente o tienes la duda de serlo, mis mensajes y
mis puertas están abiertas para lo que sea que quieras conversar o decirme, en
el momento en el que prefieras hacerlo; por ahora solo puedo responderte como
persona y no como profesional, pero haré lo mejor que pueda. Escribí esta
entrada como una invitación para quienes resuenen conmigo.
Lo único que me queda por decir es: así también se ve una
persona autista.
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