Sobre la belleza

Hoy me toca ponerme grinch. Hay algo que me viene molestando ya desde hace mucho, y que considero necesario sacar de mi organismo. Como voy a argumentar en contra de un concepto bastante presente en nuestra cosmovisión social del mundo, y no sólo quiero cuestionarlo, sino encima destruirlo tanto como pueda, es necesario hacer un disclaimer, a la manera de Ter. Lo que voy a escribir a continuación tiene como propósito demostrar un punto y llevarlo tan lejos como sea posible por el simple placer de descubrir qué pasa. No tengo la intensión de ofender a nadie, y probablemente acabaré escribiendo cosas con las que no me identifico del todo, o con las que me identifico hoy pero me desdiré de ellas mañana. Y como forma parte de una sección nueva en el blog, quiero advertirle al lector que esto vale para todo lo que vea bajo la misma etiqueta. Dicho lo anterior, hoy vamos a hablar (y a hacer pedacitos) del concepto de la belleza humana.

El movimiento body positive me da cringe. De verdad, no puedo con eso. Cada que escucho a alguien decir que todos los cuerpos son bellos, cada cual a su manera, me dan ganas de gritar en una almohada. Y es que eso de andar por ahí diciéndole a la gente que haga el favor de aceptarse y amarse como son, vendiéndoles una mentira para que lo consigan me parece fatal. Ya hablaremos luego de por qué creo que eso de amarse a uno mismo me da el mismo cringe, pero ahora centrémonos en algo. Decir que todos los cuerpos son bellos es igual que decir que ninguno lo es. Y, seamos muy honestas, sabemos que eso es una mentira del tamaño de esta pandemia. La belleza física tiene criterios culturales muy específicos, que, de nuevo siendo muy honestas, son toda una historia del terror, y representan mucho de lo que está mal en nuestra sociedad: son criterios racistas, sexistas, que cosifican a las personas, discriminatorios, clasistas, y básicamente todo lo que nuestras tías creen que está bien mandar por WhatsApp. Y es así porque la belleza involucra criterios. Siempre. Hay un canon, que va cambiando, pero que sigue siendo un canon, de qué es lo bello. Y eso está muy jodido, especialmente porque, siendo muy honestas, se nos cae la baba frente a esas imposiciones estéticas.

La conciencia funciona por contrastes, y es por ello que para que exista lo bello, para que nos haga clavar la vista en la pantalla cuando aparecen esos actores y actrices, es necesario que exista también lo feo. Y, mientras más oscura esté la habitación, más brilla la lámpara. Tan es así que la mayoría de la gente queda excluida de esos criterios de belleza (y cumplirlos todos es una misión imposible, al menos a mediano y largo plazo). Así que hay gente que no es bella. Yo me incluyo en esa lista. Ese no es el problema. Si sólo nos quedáramos con la descripción, la cosa se detiene ahí y ya está. El problema es que otorgamos categorías morales a esos criterios estéticos, y comenzamos a juzgar a quienes no los cumplen como descuidados, poco saludables (por no decir directamente enfermos), no disciplinados, flojos, e incluso delincuentes.

Y todavía hay gente que tiene la cara dura de decirnos que el problema es que no nos aceptamos lo suficiente, que no nos amamos a nosotros mismos, que tendríamos que reconciliarnos con nuestros cuerpos, agradecerles, y ver la belleza en nuestras imperfecciones. Detrás de ese discurso hay una serie de criterios morales; no sólo nos están diciendo que no cumplimos con los criterios estéticos, sino que somos inmorales. Ya se pueden ir yendo al carajo. O mejor, quédense un rato. Pensándolo bien, lo de inmoral me parece todo un halago.  

Hemos equiparado la belleza a la corrección moral. Las horas haciendo ejercicio, las dietas, las rutinas de belleza, las cremas antienvejecimiento, los jugos détox, la lencería, los jeans ajustados, el maquillaje, la barba, los accesorios; somos capaces de llamarle autocuidado a todo eso. Alguien que se “cuida”, aunque igual se destruya las articulaciones levantando pesas y se arruine el hígado con suplementos, es una persona disciplinada, con autocontrol, equilibrada emocionalmente, con buenas habilidades sociales (porque todos le vamos a tratar mejor). Y, de nuevo, el problema no es que queramos ser reconocidos por los otros, ni que tengamos esas rutinas. El problema son los anuncios y los activistas promoviendo cosas como “saludables” cuando su propósito real es cumplir (o al menos sentir que estamos haciendo algo por cumplir) con un montón de criterios estéticos que no hemos elegido, y que muchas veces incluso van en contra de nuestras propias convicciones. Nos venden una moral al precio de renunciar a nuestros propios ideales.

Lo cierto es que hacemos muchas de esas cosas para encajar socialmente. Porque necesitamos ver la aprobación en los ojos de los otros, tanto o más que esa hora extra de sueño, que ese plato de comida, que ese vaso de agua. Estamos a merced de los otros, somos seres sociales, y ni siquiera el más radical de los individualismos ha podido acabar con ello. Por más que veamos en estas campañas del narcisismo culturalmente aceptado que lo importante es lo que creas de ti mismo y que te ames tú, y que si a los otros no les parece basta con ignorarlos, lo cierto es que incluso la idea más personal que tengo de mí no me pertenece del todo. Todo lo que yo creo ser, ya sea positivo o negativo, ya venga el amor, del odio, de la indiferencia, ha pasado por el filtro de cada una de las relaciones que he mantenido en mi vida, incluso de aquellas relaciones de las que no tengo plena consciencia, o de que aquellos vínculos que preferiría rechazar. Cada concepto que uso para describirme y definirme, por más que me convenza de que lo he personalizado, tiene detrás de sí una carga cultural, histórica y social. Sí, es cierto, puedo elegir cómo respondo frente a ello, pero no puedo elegir que no exista. La única salida es la muerte. Soy consciente del drama, pero quedémonos en el punto. Lo más dramático del asunto es que hemos hecho también del acto de morir, y de las formas de conducirnos hacia la muerte, todo un evento estético, muchas veces bajo las mismas categorías del horror de antes.

Claro que estoy hablando únicamente del mainstraim, por fortuna. Hay un montón de gente allí fuera que considera todo esto bajo una óptica distinta. Pero detrás de esas estéticas no deja de haber criterios morales. Cuestionar nuestras prácticas no nos hace libres de nuestra condición axiológica, sino que nos permite escoger y ajustar.

Hasta ahora, todo lo que he dicho son obviedades. Quiero, entonces, proponer algo. Añadamos la estética como uno de los existenciarios. Es decir, otorguémosle a la estética el carácter de esencial a la condición humana. Y no sólo desde su sentido etimológico, desde la sensibilidad, sino con todas sus consecuencias. Total, esto no es un ensayo serio, es meramente un ejercicio. Bueno, tampoco me lo estoy sacando tan de la manga, ni siquiera es una idea muy original. De hecho, es algo que está presente en todo lo que hacemos, y la estética es uno de los constructos más importantes que tenemos culturalmente. La estética es mucho más importante que la verdad -sea lo que sea eso, y principalmente porque resulta más accesible, más palpable, más viva que la verdad; tan es así que un texto bien escrito puede pasar como verdadero, sobre todo si está escrito siguiendo los criterios estilísticos de una nota periodística, de un paper, de un comunicado oficial. La forma otorga también un fondo, y viceversa. No porque la estética esté en la forma, ni en el fondo, sino porque constituye el terreno entre ambos, el filtro por el que pasamos nuestras percepciones. Eso que llamamos interpretación está atravesado por la estética.

He escuchado el argumento de que no todo es estético. Y es un argumento que me parece un tanto purista, porque confunde lo estético con lo bello, como si se tratara necesariamente de la misma cosa. La estética, al igual que la libertad y que la muerte, tiene muchas caras. Al igual que podemos sentirnos obligados por las circunstancias a hacer algo, y con ello experimentarnos poco o nada libres, podemos experimentarnos torpes, perturbados, neutros, indefinidos, y por tanto poco o nada estéticos. Y sin embargo, aún cuando sólo podamos dar un no, seguimos siendo libres. De la misma forma, aún cuando no podamos disponer de la belleza, siempre disponemos de una forma de percepción y expresión; ver el mundo como un lugar gris, frío, cruel, horrible, es también una experiencia estética.

Con esto establecemos que no podemos eludir a la estética. ¿Significa esto que tampoco podemos huir de la belleza y de sus imperativos morales? Para nada. En realidad, la estética se encarga del arte, no de la belleza per se. Podemos decir que algo es estético sin decir que es bello. El arte no siempre busca la belleza, a veces busca la fealdad perturbadora. Hay pinturas, dibujos, films, novelas, performances, esculturas, que son profundamente estéticos y que no conozco a nadie capaz de afirmar que son bellos. A veces busca también lo simple, lo neutro. Otras, se dedica a lo accidental, lo absurdo, lo cómico.

De lo que sí podemos huir es de la belleza. Podemos renunciar a la idea de que tenemos que encontrar lo bello en nuestras imperfecciones, en nuestros defectos. Sólo si renuncio a ser una mujer bella puedo renunciar a los imperativos sociales detrás de esa clasificación. Mientras siga usando la palabra, sigo usando el concepto, y sigo imponiendo los mismos criterios. No necesitamos convencer a todos de que vean la belleza en sí mismos, de que ampliemos esa categoría hasta hacerla más inclusiva. La atracción tampoco depende sólo de la belleza, como nos han ensañado la literatura, la pintura, el cine. La belleza es siempre una categoría excluyente, porque depende de los contrastes. La estética, por otro lado, es mucho más amplia, mucho menos definida, mucho más caótica, y nos permite entrar en otra conversación, nos lleva a mirar lo que hay, a abrirnos a la sensibilidad, y sobre todo, nos posibilita elegir la tradición sobre la que vamos a apoyarnos.

No es mi intención condenar la belleza; eso me colocaría de nuevo en un track moralista en el que no deseo entrar. Además, me parece que hay algo profundamente conmovedor y placentero en la belleza. Pero querer establecerla como una obligación la convierte en una cárcel, y le quita mucho de lo conmovedor y placentero. Lo que sí quiero atacar es ese deber ser bello, esa demanda que me parece tan ridícula como la búsqueda de la felicidad. Pero, como diría Michael Ende, eso es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.


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