Prejuicios y fake news
Ayer decidí que necesitaba un corte de cabello después de más de un año de no pisar una estética, así que fui con mi mamá al lugar de siempre. De regreso pasamos por enfrente de una papelería donde trabaja una señora que es familiar de mi mamá (probablemente una prima segunda o algo así) y a quien siempre saludamos. Como nos empezó a hablar, nos detuvimos un momento y yo quedé atrapada en una conversación que empezó siendo sobre la familia y terminó en una argumentación en la que dicha señora nos daba sus razones para no usar cubrebocas y convencernos de no vacunarnos. Según lo que nos decía, ella había pasado varias horas informándose y leyendo noticias que confirmaban todo lo que nos estaba diciendo. Noticias e información que a mí me parecía que caían en la categoría de fake news, que me parecían completamente falsas, aún cuando ella no entró demasiado en detalles y yo no las había leído ni escuchado antes. En realidad, yo no tenía idea de si eso que me decía era mentira, pero estaba tan convencida de la falsedad de lo que nos contaba como ella lo estaba de su veracidad.
Y a todo esto, ¿cómo llegamos a la conclusión de que algo es
cierto o falso?
Hay muchos caminos: podemos comprobarlo directamente,
creerle a alguien que es una autoridad en el tema, leerlo en las noticias,
verlo en un video, creerle a alguien que nos pareció convincente, deducirlo de
nuestra propia experiencia, haberlo vivido directamente, etcétera. Podríamos
establecer una jerarquía que nos permita ordenar cuál de esos caminos nos
parece el más racional, pero no es eso de lo que quiero hablar hoy, porque no
decidimos si creer o no en algo únicamente en base a nuestra razón. Y sí, digo
creer, porque la mayor parte del tiempo aquello que suponemos conocer nos
requiere creer en ello, nos exige dar un salto de fe y confiar en otro que nos
dice una verdad, y en ese proceso se nos atraviesan no sólo nuestras ideas y
conocimientos previos, sino también nuestras emociones, el vínculo que tenemos
con quien nos proporciona la información, la situación en la que nos
encontramos, nuestros valores morales y políticos, nuestra historia de vida, y
todo aquello que va dando forma a nuestros prejuicios.
Nuestra manera de comprender el mundo parte necesariamente
de nuestros prejuicios, como nos recuerda Gadamer, porque nos enfrentamos a la
búsqueda de la verdad partiendo desde nuestra cosmovisión previa. Es por ello
que resulta importante reconocer cuáles son nuestros prejuicios, cuáles son
esas historias que nos hemos contado antes y con las que llegamos ahora a interpretar
y juzgar algo como cierto o falso. Es imposible, al menos desde el punto de
vista de la fenomenología existencial hermenéutica, deshacernos de estos
prejuicios; y en realidad tampoco es del todo deseable, porque eso implicaría
partir de ceros.
Quiero detenerme un poco a aclarar qué quiero decir aquí con
“prejuicio”, porque me parece que la mala fama que tienen los prejuicios es
exagerada. Un prejuicio es básicamente todo aquello que suponemos sobre algo
antes de tener todas las pruebas necesarias para llegar a una conclusión sobre
ese algo. Decir que el Cruz Azul va a volver a perder un partido importante el
próximo torneo es un prejuicio. En este caso, mi prejuicio parte del resultado
de su último partido, de la reputación del equipo y de los memes. Pero también
es un prejuicio, por ejemplo, decir que si alguien tiene un trastorno depresivo
mayor y además se encuentra pasando por un momento de ansiedad y es una persona
impulsiva, probablemente vaya a intentar suicidarse. En este segundo ejemplo, mi
prejuicio parte de lo que me enseñaron mis profesores en la universidad, de lo
que he leído en algunos manuales sobre el suicidio y de lo que he escuchado
decir a psicólogos y terapeutas. En ambos ejemplos, podríamos decir que
probablemente ambos tengan detrás estadísticas que los justifican (y ese, lo confieso,
es otro prejuicio mío), ambos han sido producto de cosas que he escuchado decir
a otros y que no me he dedicado a verificar detalladamente su veracidad
(porque, seamos honestas, hacer eso con todo sería imposible) y ambos me
generan una reacción emocional.
¿De qué me sirve a mí tener esos prejuicios sobre el Cruz
Azul y sobre el suicidio? El primero me sirve principalmente para entender los
memes, y si algún día decido hacerme fan de algún equipo, para no irle al Cruz
Azul. El segundo me sirve principalmente por si algún día tengo a alguna
consultante con esas características estar especialmente disponible para abordar
el tema del suicidio con ella. Pero también es cierto que el Cruz Azul podría
ganar la final y que una persona deprimida, ansiosa e impulsiva podría ni
siquiera pensar en quitarse la vida mientras que otra que no cumple con ninguna
de esas características podría suicidarse. Mis prejuicios podrían verse
confirmados, pero también podrían resultar completamente falsos, y no pasa
nada.
El problema viene cuando creo que mis prejuicios son verdades
absolutas, y entonces mando a la mierda a Gadamer y en vez de ir afinando mis
prejuicios, contrastándolos con lo que sucede allá afuera, intento ajustar el
mundo a mis prejuicios. Ahí es donde empiezan a pasar cosas raras. Porque
entonces empiezo a esperar que el Cruz Azul pierda siempre todos los partidos, o
empiezo a abrumar con preguntas a mi consultante creyendo que me está mintiendo
y que seguramente se quiere suicidar. Ahí es cuando mis prejuicios pasan de ser
una herramienta útil a convertirse en la pala con la que estoy cavando un hoyo
cada vez más profundo conmigo ahí dentro.
Si no me cuestiono mi prejuicio y lo reconozco como tal,
sigo cavando el hoyo. La frustración de ver cómo mi prejuicio no se confirma
puede llevarme al miedo, a la sospecha, a darle vueltas a mis suposiciones, a
buscar razones y explicaciones que justifiquen que no se cumpla (y que siga
siendo verdadero a pesar de ello). La confirmación de mi prejuicio puede
llevarme a creérmelo todavía más. La falta de cuestionamiento puede llevarme a
intentar imponérselo a otros, a radicalizar mis opiniones, a generar rupturas
con quienes tengan un prejuicio distinto al mío, a desconfiar en los otros e
incluso a la violencia.
En cambio, si lo reconozco como un mero prejuicio puedo
cuestionarme su veracidad, puedo preguntarme de dónde vino y si actualmente me
es útil. Tal vez descubra que sí lo es, y entonces puedo irlo ajustando para
comprender lo que tengo enfrente. Tal vez descubra que me está estorbando, y
entonces tenga que modificarlo o cuando menos cuidarme de llegar demasiado
rápido a una conclusión que parta de ese prejuicio, dándome tiempo para irlo contrastando
con la experiencia. Esto no va a librarme de la frustración ni de la esperanza,
pero puede ayudarme a sostenerme frente a ellas.
Hasta ahora he hablado sólo de ideas y de emociones, pero nuestros
prejuicios tienen también un componente corporal, muchas veces más sutil. Mi
prejuicio sobre el Cruz Azul, por ejemplo, suele ir acompañado de una sonrisa
burlona, mientras que mi prejuicio sobre el suicidio me genera una tensión en
los hombros y hace que mi respiración se vuelva más lenta. Me doy cuenta
también de que ambos prejuicios modifican mi atención, me hacen escuchar con
mayor detenimiento algunos detalles que los confirmen o los desmientan.
Tendríamos que hablar también de los aspectos espirituales y
de significación que se nos cruzan en los prejuicios. Creo que hemos abordado
ya un poco el tema de los significados (está detrás de todo lo demás), así que
me quiero centrar ahora en la espiritualidad. Yo me considero más del lado del
ateísmo, así que si el Cruz Azul gana la final voy a aceptar mucho más
fácilmente una explicación que tenga que ver con la dirección técnica y los
jugadores que con un milagro, por seguir con el ejemplo. También reconozco que
me hace ruido escuchar que el suicidio es un pecado, pero me da curiosidad
saber qué cree alguien que está considerando quitarse la vida que va a sucederle
después y cómo esto afecta su decisión.
El proceso en el que decidimos si creer o no creer la
información que tenemos delante no es, no puede ser, exclusivamente racional,
sino que pasa por nuestras emociones, por nuestro cuerpo, e incluso por nuestra
espiritualidad. Y me he aventado todo este chorro mareador para poder decir que,
mientras escuchaba a esa señora decir que las vacunas del covid se hacían con
fetos abortados y por eso no debíamos vacunarnos, que habían perdido una batalla
importante en Argentina contra el aborto y eso lo iban a pagar sus hijos, que
el Islam estaba invadiendo Europa y por eso no debíamos tolerar a los
migrantes, que estábamos siendo controlados como títeres por el gobierno porque
le habíamos quitado el poder a Dios para dárselo a las personas, que ocho de
cada diez maestros eran unos flojos sin vocación, mientras iba registrando que
mi reacción más espontánea era aguantarme la risa que se me escapaba a ratos en
una sonrisa, me iba ganando cada vez más la curiosidad y tenía ganas de
preguntarle cómo había llegado a todas esas conclusiones, cómo sabía que lo que
leía en sus grupos de Facebook era cierto, por qué la religión era tan
importante para ella. Me di cuenta de que estaba frente a alguien que no
comprendía en absoluto, cuya cosmovisión me resultaba ajena, que me parecía
casi imposible que viviera en la misma ciudad que yo y que conociera a mi
familia, que me generaba un montón de reacciones distintas, como risa, rechazo
y curiosidad. No pude evitar preguntarme qué nos había llevado hacia lugares tan
diferentes, hacia criterios de verdad que parecían ser opuestos. Y en medio de
esa conversación en la que había permanecido en silencio, recordé de pronto que
había dejado mi coche estacionado en la calle e interrumpí la conversación para
decir que teníamos que irnos o me iban a multar por no haberle puesto más
dinero al parquímetro.
La posibilidad de enfrentar el mundo desde la fenomenología existencial hermenéutica. 👏👏👏👏
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