Esto no es una despedida

    Ayer tuve mi última clase de la maestría en el CIREX. Fue difícil dormir anoche y hoy me desperté mucho antes de que sonara mi despertador, a pesar de que fue un día agotador. Me dormí y me desperté con un nudo enorme en el pecho, con una sensación de ardor en la garganta. Estoy feliz, triste, agradecida, angustiada, expectante, agitada, conmovida. Hoy, por fin, entendí la frase de Nietzsche de que la vida es un caos que danza. Es la frase que mejor describe lo que estoy sintiendo.

    Mientras iba en el uber ayer, pensaba en lo injusto que era terminar así. En que no había ninguna señal, en que el mundo parecía de nuevo hirientemente indiferente a mí, a nosotros, en que tendría que haber fuegos artificiales o como mínimo desatarse un huracán. Es evidente que no tenía idea de lo que me esperaba las siguientes 14 horas, porque hasta el edificio tembló para nosotros. No tengo palabras para describir todo lo que nos pasó ayer. La energía enorme que se movió. El terremoto, el huracán, la fiesta, el todo.

    Ha sido sin duda alguna el proceso más enriquecedor por el que he atravesado en la vida, y uno de los más difíciles y complejos. Ha habido momentos sumamente luminosos y satisfactorios. Ha dolido, y por ratos el camino se ha vuelto muy oscuro. He sanado tantas cosas, he aprendido, he crecido, modificado tanto mi visión del mundo, enriqueciéndola con todo lo que me han enseñado mis maestros, mis compañeros, mis amigos, que ha valido la pena cada segundo de todo. Es mentira que en este proceso ganas tanto como inviertes, porque acabé ganando muchísimo más que eso. No se trata únicamente de lo que puse yo, sino, sobre todo, de lo que pusieron cada una de las maravillosas personas que estuvieron ahí conmigo. No es un proceso individual, sino relacional, y eso es lo que lo hace tan profundamente enriquecedor.

    Después de haberme sentado a diseccionar textos imposibles, intentando comprender oración por oración, de haber dedicado horas y horas a una tesis (que aún no termino), de haberme desvelado por terminar exámenes, de haber escrito ensayos, de haberle dedicado lo mejor de mis capacidades intelectuales a ello, lo único que se me ocurre decir es que esa fue la parte más fácil de todo. Casi absurdamente fácil en comparación con el proceso emocional que involucró poder convertirme en terapeuta existencial. Aprender a quedarme mirando de frente al abismo, a no salir corriendo, aprender a angustiarme (como bien decía Kierkegaard), a caerme en pedazos, a levantarme, a pedir ayuda, a aceptarla, a tenderle la mano a otros, a quedarme ahí aun cuando mi presencia me parecía inútil, a enfrentar mis miedos, a pelear contra esos miedos, a rendirme, a aprender a quedarme con lo que es, a permitir que lo que es sea. A pausar, a detener mis interpretaciones, a soltarlas, a compartirme, a dejarme impactar por los otros. Atreverme a vivir, a apropiarme de mi existencia entera, a sentir el peso de la responsabilidad compartida, a dar un paso al frente, a quedarme a un lado, a deconstruirme. Aprender a sostener la angustia de que cada día, cada segundo, podría ser el último, y al mismo tiempo vivir para llegar a mis citas conmigo en el futuro. Dejar que la fenomenología existencial me sacudiera, me transformara, me permitiera conocerme y me abriera las puertas de lo que consideraba imposible.

    No me hubiera imaginado al principio que podría decir, por ejemplo, que me siento conectada con el mundo y con mis compañeros de viaje. Pensarme abrazando mi propia sensibilidad, sosteniendo mi fragilidad, me habría parecido imposible. Reconocer que es suficiente quedarnos en la exploración, sin tener la imperante necesidad de cambiar al otro, sin tener la presión de ofrecer resultados, de seguir el estándar de eficacia y efectividad, atreverme a dejar de lado una visión de la terapia como un ejercicio racional, objetivo y reparador, sin con ello pensarme haciendo algo poco serio o valioso, me ha llevado a replantearme mi visión de la psicología, de la terapia, y hasta de la epistemología sobre la que construimos nuestras prácticas como terapeutas. Antes me parecía ridículo pensar que la afectividad y la emotividad del terapeuta pudieran ser algo valioso y en cambio hoy me parece ridículo no prestar atención a ello, porque no es como que podamos quitarnos nuestras emociones al ponernos en el rol de terapeutas. Y sin embargo, esa fue precisamente la lección más difícil de aprender.

    Recuerdo haber llegado un día a terapia a hablar de lo difícil que me estaba siendo poder contactar con mis propias emociones y ponerlas al servicio de la relación terapéutica, y de la frustración que me generaba ver cómo eso era tan fácil para el resto de mis compañeros y a mi parecía una tarea imposible a la que llevaba dedicándole más de un semestre. Tenía la sensación de que si no lograba eso, sería mejor tirar la toalla, me sentía un fraude absoluto. La respuesta de mi terapeuta me sacudió, y la sigo trayendo conmigo. Me dijo algo así como que sí, que eso era algo en lo que tenía que trabajar, pero que lo que yo veía en los otros eran las fortalezas de mis compañeros, no las mías. Y me preguntó que si estaba dispuesta a asumir quién era yo como terapeuta. Le contesté que sí. No sé de dónde saqué la valentía para contestar eso cuando sentía que me estaba llevando la chingada, pero lo cierto es que ese fue el boleto de regreso. Desde entonces, me he vuelto a hacer y a responder esa pregunta a mí misma muchísimas veces. Si tuviera que elegir una sola pregunta, de todas las miles de preguntas que he escuchado o dicho estos últimos tres años, que pudiera resumir de qué se trata este proceso, sería esa. Es una pregunta que contiene en sí misma la paradoja de que sólo es posible transformarnos cuando nos abrimos a aceptar quiénes estamos siendo, con todo lo peor y lo mejor de nosotras.

    A pesar de que ahora me siento en un lugar muy distinto a aquel, sé que todavía me falta un largo camino por recorrer. La clase de ayer no fue sólo un final (aunque bueno, técnicamente nos queda un último taller para poder hablar de nuestra última clase), sino el inicio de un camino nuevo. No sé a dónde vaya a llevarme ese camino, pero sé que quiero tomarlo. Parte de la emocionalidad de ayer es saber que voy a regresar al círculo, saber que no regresé a tomar mi última clase presencial, sino a reanudar un proceso presencial. Aún me quedan muchos motivos para volver. Es saber también que no va a ser la última vez que nos veamos. Pero podría serlo. Después de todo, cada vez puede ser siempre la última (y la primera), por más que quiera colocarme en la mala fe de no aceptar que me puedo morir sin regresar; siempre hay un filósofo existencial que se encarga de venir a recordarnos eso en los momentos más inoportunos.

    No me siento como una experta en terapia existencial, ni siquiera cerca de serlo. Terminar este proceso es mucho más parecido a haber aprendido lo básico que a dominar un enfoque. Eso me parece muy valioso. Al final, lo importante es aprender a escuchar, a aprender del otro, porque sin esa curiosidad, sin esa gana por querer comprender aunque no lo logremos, sin esa actitud de principiante, no hay manera de hacer fenomenología.

    He aprendido también que la terapia existencial es, sobre todo, una postura ética. La imposición de la no imposición para permitir que lo que es sea. A veces es insostenible, porque nos gana nuestra humanidad, porque no queremos que lo que es sea, porque a veces lo que está siendo es muy pinche. Permitir que lo que es sea, dejarnos ser con el otro, muchas veces es muchísimo más complicado y requiere de muchísima más valentía y es inmensamente más difícil de sostener que querer repararlo o cambiarlo. Sobre todo cuando estamos frente a las sombras de la humanidad, frente a la violencia, el sufrimiento, el dolor, el suicidio, la injusticia. Es aquí cuando dejan de llamarnos hippies y nos tildan de nihilistas. Lo cierto es que no se trata de permitirlo todo. Porque no sólo estamos frente a un otro, sino que estamos con el otro, y nos pasan cosas. Por eso se requiere de una ética y no de una moral, porque no podemos evitar responderle al otro, porque lo que nos pasa nos pasa juntos. No se trata de permitirlo de todo, ni llevarlo todo a cabo, sino de hacer una pausa que nos permita reflexionar sobre ello, dialogarlo, ponerlo sobre la mesa, sostenernos en ello, por doloroso que nos resulte.

    Eso es algo que aprendí respirándolo, viviéndolo, en nuestra forma de ser como grupo en las clases y fuera de ellas, en mi proceso terapéutico, con mis pacientes, y también en los grupos focales que entrevisté para mi tesis. Es una postura imposible, al igual que prácticamente toda la actitud fenomenológica.

    No hacemos fenomenología porque creamos que sea posible. Sabemos que no lo es. Hacemos fenomenología porque nos ayuda a no pasar por encima del otro, aún sabiendo que quizá ni siquiera pueda protegernos de eso. La fenomenología no nos alcanza nunca para comprender al otro. Emprendemos día tras día la tarea de colocarnos en una actitud fenomenológica no porque la pensemos posible, sino por lo que nos posibilita el hacerlo. Sabemos que vamos como Sísifo, empujando una piedra hacia ninguna parte. No es la meta lo que anhelamos, sino el camino. No son los resultados lo que nos importa, sino el proceso. Vivir en sí mismo una tarea inútil, que culmina siempre con la muerte y eventualmente con el olvido. Al final, el resultado es siempre el mismo. Es el camino el que es único, el que va construyendo su propio sentido mientras dure. Es en el camino, en el proceso mismo de vivir, donde podemos encontrarnos con los otros. Nos jugamos la vida en la vida misma, para la vida misma, aunque seamos seres para la muerte.

    Ayer elegí una canción para despedirnos, y es con ella que quiero cerrar el texto de hoy. No he nombrado a nadie, porque sé que “sabéis quiénes sois”, como diría El Kanka. Gracias por tanto. 

    Esto no es, ni remotamente, una despedida. 

Comentarios

  1. Te quiero con todito el corazón Bren. Gracias por todo lo que eres, gracias por preguntarte si estás dispuesta a aceptar quien eres como terapeuta y también por aceptar quien eres como amiga, compañera de viaje y persona porque eres maravillosa.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Ekt, por tu comentario, pero sobre todo por estar ahí, yo también te quiero

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares