Perseguir una idea
¿Cuándo fue la última vez que apareció una idea, un deseo o una fantasía en tu consciencia que quisiste reprimir? La mía fue hoy en la mañana. Antes de esa, ayer en la tarde. Lo cierto es que si hago este ejercicio y cuento las veces a la semana que termino actuando como policía de las ideas que se me ocurren me sucede entonces que comienzo a perseguir a la perseguidora. Es un círculo vicioso.
Había pensado
escribir esta entrada en septiembre, a raíz del día mundial para la “prevención”
del suicidio. Todavía conservo un borrador que terminé desechando en el que
afirmaba lo absurdo que me parecía que en pleno siglo XXI siguiéramos persiguiendo
una idea. Una afirmación ingenua, por decir lo menos.
Lo cierto es que nos
pasamos la vida persiguiendo ideas, en una actitud policial tan efectiva que la
hemos internalizado. Hay muchos que todavía persiguen ideas ajenas, basta con
entrar a cualquier red social para observarlo. No voy a tomar ningún bando aquí,
porque lo hacemos todos. Lo que me sorprende realmente de esto es la facilidad
con la que podemos no darnos cuenta de que lo estamos haciendo con nosotras
mismas todo el tiempo.
Ayer tuve uno de
los peores días que he tenido en los últimos años. Tuve que resistirme enormemente
a la tentación de usar alguna sustancia para calmarme o de ir corriendo al
psiquiatra a que me recetara algo. La ansiedad era tan fuerte que a momentos
simplemente me sentía fuera de mi cuerpo. Llegue al final del día con la
sensación de tener cada uno de los músculos del cuerpo completamente agotado y
dormir fue difícil. Pasé muchos momentos de ese día intentando meditar,
regresar a mi respiración, recobrar el control. No sabía si estaba perdiendo la
cordura. Así que hice una última meditación casi a las 2am de hoy y luego de
eso soñé toda la noche que estaba haciendo un examen terriblemente difícil. Me
pareció una metáfora contundente de la dureza con la que me había estado tratando.
Hay algo que
tienen en común cada uno de los días de mi vida, cada uno de los momentos en
los que me he sentido al borde del abismo. En cada uno de ellos he llegado
hasta el acantilado por haber perseguido a una idea que quería eliminar. Es una
obviedad, ahora que lo pienso, pero una obviedad que no había podido ver hasta ahora
que llevaba varios meses sintiéndome mejor que nunca. Una obviedad que sólo
apareció cuando me di cuenta de que la fuerza con la que luchaba con esa idea
me estaba destruyendo, de que era esa lucha la que realmente me había llevado
hasta allí, no la idea.
Este podría ser
el guion de la historia de cualquiera. Lo he visto en otros, como terapeuta,
muchísimas veces. Y sin embargo fue muy difícil verlo en mí, tomar suficiente
distancia para poder darme cuenta de ello.
No quiero llevar
esta historia hacia ninguna moraleja. Sé que estoy experimentando una fuerte
necesidad por encontrar respuestas, por hallar una solución de una vez y para
siempre a cómo evitar esta persecución ideológica. Muchas personas muchísimo más
inteligentes que yo han intentado resolverlo sin mucho éxito o a un costo que
me parece excesivo.
Lo que sí me
parece importante es preguntarnos hacia dónde nos está llevando esa lucha
contra nuestras propias ideas, de qué nos protege, a qué nos expone, qué
perdemos y qué ganamos con ella, a quién nos acerca, de quién nos aleja, y si
queremos seguir luchando. Preguntarnos, sobre todo, a qué parte de nosotras
mismas estamos cuidado con esa lucha y a qué parte queremos colonizar, someter,
eliminar. Cuestionarnos qué es lo que nos lleva a eso y qué esperamos sacar de
ello.
Quizás
encontremos que es una pelea que merece la pena, quizá no. Quizás encontremos
también otras posibilidades que se nos abren con esa idea, aunque sean posibilidades
que preferiríamos ignorar.
Ayer me hice una
pregunta frente a mi idea. ¿En quién me convierto si la sigo? Puedo casi volver
a escucharme diciendo “No quiero saberlo, no tengo el más mínimo interés en
descubrir si soy capaz o no de hacerlo”. Una frase que va a en contra de mi
filosofía de vida. Una sola frase que resume el miedo de perderme, cuando el
hecho de haberla dicho ya es una forma de perder algo valiosísimo de mí. No
quiero juzgarme ahora por haberla dicho. Sé que parte de nuestra humanidad
radica en esas contradicciones profundas.
No sé qué voy a
hacer con mi idea. Sé que llamarla “mi idea” me enajena menos de ella, me
coloca en una posición que me permite mirarla de frente en vez de salir
corriendo – aunque ciertamente he querido huir de ella. También puedo ver que
esa idea no dice más de quién soy que todo lo demás que hago, pienso o siento.
Es sólo una pequeña fracción de la ficción que he construido sobre mí misma.
Una idea que podría simplemente no ser parte del texto que decido escribir hoy,
metafóricamente hablando, sino como una idea más de las muchas que se me
ocurren a diario que termino por no materializar nunca. Es cierto, también soy
un poco de todo eso. Soy un poco de todas las posibilidades que existen y ésta
es sólo una más entre todas ellas. Pensarlo así me ayuda un poco a sostenerme
en ella.
Hay una frase que
me viene, como otra idea más de las muchas que se me ocurren, al pensar en
ello. Es una frase de Yaqui Martínez: “No somos lo que hemos escrito, somos el
escritor”. Y si somos el escritor somos mucho más de lo que termina siendo
publicado como el texto final, y también mucho menos que eso. Más porque
también somos las ideas que desechamos, las líneas que se nos quedaron en el
camino, lo que nos llevó a escribirlas, las palabras de otros que resuenan en
nosotros. Menos porque no somos las múltiples lecturas e interpretaciones que
le dan otros a nuestro texto, pero tampoco hemos escrito esa versión final por
nuestra propia cuenta. Un texto no es sólo de quien lo escribe ni sólo de quien
lo lee, sino también de los muchos por cuyas manos ha pasado antes de ser
publicado. Un escritor no es sólo quien escribe, sino que tiene todo un
horizonte, toda una tradición a sus espaldas, es quien es como escritor sólo
gracias a todas las obras que ha leído, a todo lo que ha vivido, al diálogo que
mantiene con el mundo, con los otros y consigo mismo. Escribir no es sólo
construir ideas, es pelearse con ellas y aprender a reconciliarse con ellas.
No sé si voy a
seguirme peleando con mi idea, si la novela que voy a escribir sea un ataque directo
a esa idea. Tampoco sé si quiero reconciliarme con ella. Sé que no quiero
llevarla a cabo.
Lo que sí quiero
hacer con mi idea es compartir con otros el proceso, más que el contenido. Un
poco porque podría estar hablando de cualquier cosa. Porque en el fondo sí
estoy hablando de cualquier cosa. Había querido reservar el título de la
entrada de hoy para hablar de cómo perseguimos la idea del suicidio, de cómo nos
hemos convertido en policías de los otros y de nosotras mismas y de cómo a
veces no nos detenemos a pensar a dónde nos lleva toda esa persecución. Lo
cierto es que hacemos eso con muchas cosas más. Algunas veces, es cierto, son
ideas que vale la pena no llevar a cabo. Pero no me atrevería a hacer ninguna
generalización respecto a las acciones que tomamos con nuestras ideas, deseos y
fantasías.
Alguna vez leí un
consejo de Yalom para terapeutas novatos. Decía algo como que deberíamos
permitirnos sentir y pensar cualquier cosa, que no ejerciéramos ningún tipo de
censura respecto a lo que sentíamos y pensábamos de nuestros consultantes, que
permitiéramos que apareciera. No para decírselos siempre, ni mucho menos para llevarlo
a cabo, sino simplemente para poder mirarlo y analizarlo. Se requiere mucha
valentía para hacerlo en terapia. A ratos me parece que se requiere todavía más
para hacerlo en nuestras propias vidas. Sobre todo porque es un pésimo consejo
para encontrar respuestas… pero acaso sea uno muy bueno para encontrar nuevas
preguntas.
No creo tampoco
que el consejo de Yalom sea la respuesta que estoy buscando. Pero quiero tenerlo
a la mano, por si necesito recordarme que es importante reunir el valor de
atreverme a mirar de frente esas ideas que persigo o de las que huyo. Quiero
atreverme hoy a hacerle preguntas al abismo, aunque sé que quizás no me
responda nada. Y sobre todo, quiero quitarme el uniforme de policía conmigo
misma y con los otros por la simple y llana razón de que ponérmelo no es nada
punk de mi parte.
Y tú, ¿te animas
también a quitarte el uniforme?
Comentarios
Publicar un comentario