La frágil fuerza de la verdad
Nos han enseñado, desde niños, que la verdad es algo
muy importante, y que debemos procurar decirla siempre, incluso defenderla. Se
nos enseña enseguida a distinguirla de la mentira, y vamos aprendiendo también
a contrastarla con el error. Vamos poco a poco aprendiendo un montón de
verdades, tanto en nuestra familia como en la escuela. Basta voltear a
cualquier sitio para encontrarnos con ella: los libros, internet, las
conversaciones casuales, los programas de televisión, los podcasts, lo que
dicen las personas mayores, los artículos científicos, los videos de YouTube,
la religión, y un largo etcétera. Antes de que podamos ponerla en duda, ya nos
la hemos acomodado como una segunda piel, e incluso hemos aprendido a
manipularla. Y, por supuesto, hemos presenciado y participado en un montón de
discusiones que la tienen como centro.
La verdad es un concepto bastante frágil, para ser tan
importante en nuestro día a día. Recuerdo, por ejemplo, que uno de los primeros
enfrentamientos que tuve con dicha fragilidad fue en una clase de historia de
la secundaria, cuando una maestra nos dijo que casi todo lo que habíamos visto
en la primaria en esa misma clase era mentira. Enseguida intentó corregirlo, al
ver nuestras caras, diciendo algo como “bueno, no es completamente mentira,
pero no está muy completo, son explicaciones muy básicas”; la misma escena se
repitió en la preparatoria, y más tarde en la universidad. Es decir que lo que
se nos enseña sobre la historia de nuestro país va cambiando de acuerdo con el
nivel académico y los intereses que sigamos; esa verdad tan importante está en
las manos de muy pocos, y sucede lo mismo con los demás campos del
conocimiento. Ahí estaba una pista importante: la verdad es algo que se
construye, que cambia, se descubre, y a veces también puede derrumbarse por
completo. Es decir, aunque la verdad pretenda ser algo fijo, estático,
definitivo, esto no es así; pero pasa algo curioso, una vez que hemos
cuestionado una verdad tendemos a llegar a otra que pueda sustituirla, y
además, se nos olvida que la nueva verdad tampoco es definitiva.
Lo anterior me recuerda a algo que Nietzsche menciona en
su texto “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, cuando dice que la
verdad es
Un ejército de metáforas, metonimias, antropomorfismos
en movimiento, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido
realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, tras un
prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las
verdades son ilusiones que se han olvidado que lo son, metáforas que se han
quedado gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que
ahora ya no se consideran como monedas, sino como metal. (Nietzsche, p. 613)
Es una forma de ver la verdad que implica un cierto
sentido histórico, ya que habla de la mezcla de relaciones humanas, de
explicaciones que se han dado usando distintos lenguajes (poético y retórico),
y que poco a poco se han ido incorporando a la manera de pensar de un pueblo,
hasta llegar a ser vistas como algo fijo y obligatorio. Metáforas e ilusiones
que se han olvidado de que lo son. Esto abarca desde cómo han contado la
historia, hasta cómo nos han dicho que funciona el cerebro (lo cual es muy
curioso, ya que las explicaciones han cambiado de metáfora para asimilarse a
cuestiones divinas, de la máquina de vapor, y de una computadora), por poner un
ejemplo. Nuestra manera de ver el mundo está llena de estas metáforas, desde
frases tan simples como “ya salió el sol” hasta ideas más complejas que
impactan nuestro deber ser, como que deberíamos ser estables, firmes y
fértiles, como la tierra de la que Parménides afirmaba que estamos hechos.
Pensándolo así, parecería que la verdad es una
expresión poética que se ha vuelto rígida, que se ha detenido y ha dejado de
expresar movimiento y apertura. Y una metáfora de que somos como la tierra, de
pronto se convierte en una serie de exigencias sociales a las que tenemos que
adecuarnos, casi que obligarnos a cumplir. Se nos olvida que es una metáfora, y
que cuando una metáfora no es del todo exacta, cuando no comunica lo que
deseamos expresar, podemos modificarla y seguir escribiendo; sería absurdo
cambiar todo el poema o la canción para que encajara bien un mal verso. Claro
que, cuando el mal verso es una verdad sobre la que se ha construido una base
importante de toda una cosmovisión, resulta bastante más complicado, e incluso
se vuelve difícil identificar la metáfora mal escrita. Quizá se necesiten dos
formas de mirar, una para estudiar el ser en el lenguaje, y otra para
identificar las disonancias del nazismo… o quizá no. Después de todo, la congruencia también es
otra ilusión.
Dentro de esto, también es cierto que podemos elegir
nuestras verdades, sobre todo si las conocemos y decidimos hacernos cargo de ellas.
Y hay un tipo de verdad, según Kierkegaard, que requiere de apropiación: la
verdad subjetiva (distinta de la verdad objetiva), que se refiere a todo
aquello que nos hace tomar una postura y comprometernos, ya que no podemos
permanecer indiferentes frente a ello; algunos ejemplos de esta verdad serían
la justicia, la fe y el amor (Guerrero en Martínez, 2018). Es un tipo de verdad
que no podemos tomar de la tradición para simplemente continuarla, sino que
requiere de una respuesta más personal. Un buen ejemplo está en la justicia;
parecería que una gran parte de este concepto constituye una verdad objetiva,
ya que existen leyes que sean reformado durante cientos de años, configurando
una idea de lo que es justo en una sociedad, siendo que cada nueva generación
las va modificando un poco. Sin embargo, también es cierto que en nuestra vida
personal nos topamos con situaciones que nos mueven, en las que nuestro sentido
de la justicia se ve implicado, y frente a esto no nos detenemos y decimos
“espera un momento, voy a revisar mis libros de ética y los códigos penales,
para poder tomar una decisión”, sino que muchas veces es necesario hacer una
elección en ese momento.
A las verdades
subjetivas se llega, como Kierkegaard, a partir de un conocimiento profundo
sobre uno mismo, y sobre todo, a partir de una elección, como elegir seguir una
pasión. Para este autor, las elecciones implican un riesgo, ya que responden a
lo que queremos y no a lo que pensamos, y son lo más importante que tenemos, ya
que “La elección es el núcleo de la existencia humana… existir es elegirse”
(Kierkegaard en Martínez, 2018). Elegimos una posibilidad renunciando a varias
otras, y con ello vamos construyendo (aunque sea un poquito) nuestra realidad.
Es por ello que también es una cuestión que genera angustia, y al ser tan
importante, Kierkegaard afirmaba que había que aprender a angustiarse, y a
responder a esa emoción en vez de evadirla, ya que evadirla implicaría tomar
malas decisiones, a veces quedándose sólo en el pensamiento. Al ver la verdad
subjetiva como algo que nos mueve, nos compromete, y requiere de una elección (e
incluso de un salto de fé), la invitación del filósofo danés es a vivir la
verdad, en vez pensarla.
Probablemente Heidegger no estaría tan de acuerdo con
Kierkegaard, ya que propuso una manera distinta de entender el concepto de
verdad, remontándose a los dos orígenes que tiene la palabra, en griego y en
latín. Coincidía con Nietzsche en que había algo que se nos estaba olvidando en
la verdad, aunque se refería a algo distinto, que es que la verdad como la
entendemos actualmente es una verdad secundaria, que viene de la manera como
los romanos la entendían, que era desde el adequatio;
esto es, decimos que algo es verdadero cuando se adecúa al concepto que tenemos
a priori de ese algo. Sin embargo, esto tiene una falla lógica, que nos limita
enormemente: juzgamos de acuerdo con un concepto a priori (y aquí sí estaría de
acuerdo Nietzsche). Esta manera de entender la verdad es secundaria, ya que
para conocer ese concepto a priori es necesario haberlo descubierto primero. A
este des-cubrir los griegos lo llamaron aletheia.
La aletheia es una verdad más
primaria y profunda, ya que implica ver el fenómeno como se presenta, como si
fuera algo novedoso y desconocido; este es el tipo de verdad que le interesó a
Heidegger, puesto que aquí lo importante no es el cómo sea algo sino que sea.
Hay también una invitación en la propuesta de
Heidegger respecto de recordar a la aletheia.
Para esto, voy a volver por un momento a una idea que se encuentra al inicio de
este texto, que es la mentira y el error como formas de lo ver lo que no es
“verdadero”. Generalmente, cuando nos topamos con alguien que nos dice algo que
no se adecúa a una verdad nuestra, pensamos una de las dos cosas siguientes:
nos está queriendo engañar (es decir, nos miente), o bien está equivocado (es
decir, desconoce la verdad). Así que nuestra respuesta va a ir dirigida desde
alguna de estas dos teorías; si creemos que nos miente, le vamos a reclamar o a
ignorar, y si creemos que está equivocado lo intentaremos corregir o lo
miraremos con condescendencia. En cualquiera de los dos casos, creemos que la
verdad la tenemos nosotros, y muy probablemente, la otra persona crea lo mismo.
Y las múltiples posibilidades que vienen a continuación nos son muy conocidas,
y suelen ser desagradables al menos para una de las dos personas involucradas
(si no es que para ambas). Esto sería quedarnos en el adequatio. En cambio, posicionarnos, aunque sea por un momento,
desde la aletheia, podemos abrir
nuevas posibilidades, que podrían ayudarnos a generar una mejor comunicación, a
buscar conocer al otro, a descubrir otras formas de ver el mundo
reconociéndolas como igualmente válidas que las nuestras. Puede ser que a pesar
de esto nos quedemos con nuestra verdad anterior, pero al menos nos habremos
acercado de otra manera al otro o al mundo.
Me gustaría finalizar esta reflexión ejemplificando un
poco con un tema que me resulta muy cotidiano, y que refleja cómo la verdad, en
las distintas formas de pensarla, está presente en todos lados. En el mundo de
las artes marciales, la verdad es algo que se discute mucho, aunque se una
forma un tanto peculiar, bajo preguntas como qué es un arte marcial verdadero,
cuál es el mejor, qué estilo es el original, qué es lo más importante, cómo
debe ser un verdadero artista marcial, etc. Se podría decir, desde Nietzsche,
que una gran parte de las artes marciales consiste en metáforas que se nos ha
olvidado que lo son; por ejemplo, muchos de los movimientos de las formas (o
katas), son representaciones de una técnica de combate que casi nadie recuerda
(y al tomarlos como verdades y repetirlos sin más se pierde algo), y muchos de
los movimientos básicos y símbolos son metáforas de algo más (hay quien les da
un carácter espiritual, o un significado, que, por supuesto, suele discutirse).
Se podría decir que hay verdades objetivas, que se refieren a la eficacia
práctica de una técnica (lo cual, por supuesto, no se discute, sino que se
tiene que demostrar, y se podría decir que las artes marciales mixtas existen
como deporte gracias a ese afán), pero también verdades subjetivas, que
implican una decisión mucho más personal al momento de elegir un estilo, y
sobre todo, de buscar en las artes marciales un camino personal. Hay un adequatio en el respeto a ciertas normas
y formas de proceder, pero también una aletheia
en el des-cubrimiento constante, ya que no hay dos situaciones idénticas, ni dos
expresiones idénticas de la misma técnica, sino que a cada momento se abre la
posibilidad de conocer algo nuevo, o cuando menos de descubrir algo nuevo en lo
conocido. Y, por supuesto, sucede también que al inicio hay una serie de
verdades que hay que aprender, pero poco a poco, estas verdades se van cayendo
y van dando lugar a otras, generando cambios en nuestra forma de pensarnos, como
pasa con las clases de historia.
Referencias
Nietzsche,
F. (1873). Sobre verdad y mentira en
sentido extramoral. Madrid: Tecnos.
Martínez,
Y. A. (2018). Filosofía existencial para
terapeutas y uno que otro curioso. México: Ediciones LAG.
Este es un ensayo que escribí hace un tiempo para una de mis materias, y quería compartirlo aquí, porque me parece que aborda uno de los temas que resultan centrales para el objetivo del blog: la "verdad".
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