Hablemos de drogas

     Hace poco terminé de leer “Drug use for grown-ups” de Carl Hart. Ha sido uno de los libros que más me ha confrontado con mi propia ignorancia. Me ha enseñado que casi todo lo que creía saber sobre las drogas está mal, incluyendo muchos de los conocimientos adquiridos en clases de la universidad. Y aunque todavía tengo un muy largo camino por recorrer antes de considerar que esa ignorancia está saldada, tenía ganas de compartirles algunas de mis reflexiones al leer el libro.

    Mi relación con las drogas ha estado siempre marcada por una fuerte curiosidad y un fuerte rechazo. Conciliar ambas no ha sido fácil. Habiendo crecido en una familia católica de provincia, crecí escuchando siempre que las drogas eran algo terrible, que arruinaban la vida de quienes las consumían y que el mejor camino era rechazar su consumo y a sus usuarios. Lo que no sabía era que había iniciado mi consumo de sustancias psicoactivas[1] muy temprano en la adolescencia, porque el café, el tabaco y el alcohol ciertamente no eran vistos como drogas. Mucho menos lo eran los medicamentos psiquiátricos que comencé a tomar a los 16 años y que me generaron una adicción muy difícil de superar. Así que durante mucho tiempo creí que mi primer acercamiento con las drogas había sido en mi último año de prepa, en una de las fiestas que organizamos para festejar nuestra graduación, donde un amigo nos ofreció a todos un poco de marihuana, cuando ya estábamos todos muy alcoholizados.

    Luego, en la universidad y siendo estudiante de literatura y filosofía, la marihuana se volvió una compañía frecuente. La verdad es que yo sólo fumaba en raras ocasiones, porque “no quería entrarle a las drogas” y las personas que más lo hacían estaban experimentando con “cosas más fuertes” como el LSD y el hachís. Claro que esas palabras venían de una persona que bebía alcohol casi todos los días, tomaba al menos un litro de café, fumaba tabaco, y tenía una caja de benzos y al menos otra de antidepresivos en el buró. Pero para mí, yo no estaba consumiendo drogas. Eso hubiera sido muy peligroso. Lo cierto es que fue muy peligroso, porque la ignorancia suele serlo, y esas sustancias psicoactivas a las que yo no llamaba drogas me acabaron jodiendo la vida eventualmente.

    Cuando me cambié a psicología clínica creí que eso me alejaría del ambiente pesado de drogas que había – el cual siempre me había atraído enormemente pero me daba mucho miedo “arruinar mi vida”. Por esa misma época tomaba unas diez pastillas de todo tipo de ansiolíticos, antidepresivos y hasta antipsicóticos, todos bajo receta y supervisión médica. Dejé la marihuana y disminuí mi consumo de alcohol, porque esas eran las sustancias peligrosas. Grave error. Ya en la carrera comencé a comprender un poco más sobre las pastillas que me tomaba como dulces, y decidí que quería dejarlas. Fue hasta ese momento que me di cuenta del tamaño del error que había cometido por negarme a hacerme responsable de mi consumo de sustancias psicoactivas, por haber confiado ciegamente en las recomendaciones de los médicos, y donde aprendí lo que siente pasar por un síndrome de abstinencia. Para ese momento, esas sustancias me habían llevado poco a poco a tomar decisiones que destruyeron mi vida: no tenía amigos, había subido 40 kilos, había dejado de leer y de pensar, no tenía idea de cómo relacionarme con mis emociones, había acabado por completo con cualquier deseo sexual y con cualquier emoción, y básicamente me había refugiado químicamente del mundo.

    Saliendo de eso, me juré no volver a tocar ninguna sustancia psicoactiva que no fuera la cafeína y si acaso el alcohol. Hasta que me di cuenta de algo: algunas de las personas más inteligentes que conocía consumían algún tipo de sustancia psicoactiva ilegal, y sus vidas no estaban arruinadas. Ciertamente no me atrevería a decir que son adictos. Al principio, lo veía como una cosa rara. Hasta que eventualmente, la curiosidad me ganó y comencé a cuestionarme si mi decisión de no tocar las drogas había sido apresurada.

    Es justo de este tipo de consumidores de los que habla Hart: adultos responsables, con vidas saludables, que son miembros valiosos de su comunidad. Exactamente lo opuesto a lo que tenemos en mente cuando pensamos en un consumidor de sustancias psicoactivas. Es más, Hart llega incluso a afirmar en su libro que todos los participantes de las investigaciones que ha realizado a lo largo de los años cumplen mucho más con este perfil que con el estereotipo de adicto. Claro, también tienen en común que ocultan su consumo para evitar los problemas sociales y legales que pueden venir con él. El problema con eso, de acuerdo con el autor, es que terminamos teniendo una única figura, asociada a la pobreza, racializada y marginalizada del consumidor de drogas. Esto genera un montón de políticas racistas y clasistas, así como una enorme desinformación. Nos han enseñado toda la vida que quienes usan drogas no saben lo que están haciendo, porque si lo supieran, no las usarían.

    Una de las lecciones que aprendí con mi propia experiencia, y que confirma Hart en su libro, es que el consumo ignorante y desinformado de sustancias psicoactivas suele tener consecuencias graves y desagradables, mientras que el consumo bien informado logra evitarlas y generar experiencias placenteras. Yo no tenía idea de lo que estaba tomando. Es más, me recomendaron no investigar demasiado sobre los medicamentos que tomaba. Estaba mezclando sustancias cuyos efectos desconocía por completo. Seguí tomándolas incluso cuando me resultaban desagradables. En cambio, todas las personas que conozco que consumen psicodélicos lo primero que me han recomendado han sido libros. Lejos de la recomendación de mi psiquiatra de no leer demasiado, la recomendación de mis amigos es que nunca se puede leer demasiado. Hay muy buenas razones para que eso sea así. Es necesario conocer qué hace la sustancia, cuáles son las señales de alarma, cuál es la dosis correcta, qué cuidados es necesario tener antes, durante y después, entre muchas otras cosas. Tomar algo que altera tu estado emocional y tu forma de percibir el mundo sin saber qué es, qué hace, y cuáles son las consecuencias de usarlo, es un comportamiento estúpido.

    Una segunda lección es que se requiere de cierta madurez para poder consumir responsablemente. Las drogas pueden darte experiencias sumamente placenteras, incluso significativas, pero para ello hace falta que cumplas ciertos requisitos previos, como por ejemplo, que tu estilo de vida no sea un completo desastre. La adicción tiene componentes fisiológicos, pero también sociales. No hay ninguna droga, ni siquiera la heroína, que te garantice por sí misma una adicción a la primera dosis. Puedes probar cualquier cosa, siempre y cuando cuides que se trate de la sustancia correcta, con la dosis apropiada, y el set (tu disposición psicológica y emocional) y setting (el ambiente y las personas con quienes estás) sean apropiados, sin miedo a engancharte de por vida y sin dañar tu cerebro. Si usas las sustancias psicoactivas de manera recreativa, o como una forma de espiritualidad o crecimiento personal, y tienes suficiente información, lo más probable es que no te vuelvas un adicto. En cambio, si estás en una mala situación emocional y psicológica, si vives en condiciones sociales de marginación, si no tienes redes de apoyo, entonces cualquier sustancia que consumas puede traerte problemas.

    Volviendo a pensar en todo esto, pensaría que en el fondo se trata de obviedades. Excepto que no lo son. Yo creía que había sustancias que era mejor no probar nunca, porque podían generarte adicción de inmediato. Que nunca volvías a alcanzar la sensación de placer de la primera vez, porque la tolerancia lo volvía imposible y eso contribuía a la adicción. Que el consumo eventualmente iba deteriorándote cognitivamente, aunque lo hicieras de forma eventual. Que era el uso de estas sustancias lo que generaba un estilo de vida problemático, porque la adicción te impedía funcionar socialmente y tarde o temprano acababa llevándote a la ruina. Que había diferencias significativas entre el cerebro de personas que usaban drogas y quienes no lo hacían. Todos esos son mitos. Algunos de ellos los aprendí en mis clases de la universidad, otros, gracias a la vox populi.

    Lo cierto es que yo he tenido muy malas experiencias con sustancias psicoactivas. Pero también he tenido una de las mejores experiencias de mi vida con ellas. He consumido sustancias que me han hecho crecer como persona, ver el mundo de otra manera, que me han abierto un montón de posibilidades. Me han enseñado a soltar el control sobre mis emociones y estar bien con ello, a escucharme, a ser sensible, a cuestionarme mis prejuicios, a relacionarme mejor con otras personas, a prestar atención a los pequeños detalles, a sentir que la vida vale la pena, a ser un poco más optimista. Es sólo que las sustancias que me han ayudado a aprender todo eso son ilegales, y las que me destruyeron eran legales. La diferencia fue mi actitud frente a ellas, la información con la que contaba, y sobre todo, el reconocimiento de mi responsabilidad. Ha sido mi relación con las sustancias la que ha cambiado.

    Hoy sigo guardando sustancias psicoactivas en mi buró. Las sigo consumiendo todos los días. Seguramente lo seguiré haciendo durante muchos años. Hoy sé que es eso lo que hago cuando me tomo un té verde cada tarde, cuando destapo una cerveza, o cuando consumo algo distinto. Ya venía reconociéndolo de un tiempo a esta parte, pero también es cierto que seguía marcando una diferencia entre los distintos tipos de sustancias. Antes de leer el libro de Hart, hacía una diferencia entre las drogas legales, la marihuana y los psicodélicos, que me parecían moralmente aceptables, y las otras drogas, que me parecían malas. Lo cierto es que ahora ya no estoy tan segura de ello. “Drug use for grown-ups” me ha mostrado el racismo y el clasismo detrás de esta clasificación que yo daba por sentada.

    Las preguntas con las que me deja Hart son, ¿he decidido no consumir ciertas sustancias porque realmente no deseo hacerlo o porque tengo un prejuicio poco realista hacia ellas? ¿Con qué bases me atrevo a juzgar a quienes consumen drogas ilegales? ¿Qué tanto he contribuido con mi actitud a la discriminación y criminalización de personas que sólo querían pasar un buen rato? ¿Qué tiene de malo querer acceder a un estado distinto de conciencia por diversión? ¿Por qué sigo perpetuando una serie de creencias claramente moralistas, cuando he renunciado ya a los preceptos morales sobre los que se sostienen? Es más, ¿realmente he renunciado a esos preceptos?

    Es cierto, el problema con las drogas es muy complejo. No podemos negar todo el sufrimiento que trae su producción, comercialización y parte de su consumo. Tampoco podemos afirmar ingenuamente que su legalización va solucionar todos estos problemas por arte de magia. Lo que sí podemos defender es que legalizarlas es un excelente punto de partida. Sobre todo, podemos cambiar nuestra forma de mirar las sustancias psicoactivas, partiendo de reconocer nuestros prejuicios, porque seguir con el estigma ciertamente no está funcionando. Separar el tipo de sustancia por sus efectos puede ser muy útil para aprender de ellas, siempre y cuando lo hagamos desde ahí y no desde un criterio moral arbitrario.

 

 



[1] Se le llama sustancia psicoactiva a toda aquella sustancia que al consumirla genera una alteración en el estado de ánimo, la percepción, y en general los procesos de conciencia y las emociones.  

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