Antipsiquiatría
La primera vez que escuché la
palabra antipsiquiatría estaba en una clase de mi segundo semestre de la
licenciatura, y recuerdo que una compañera nos estaba contando sobre alguna
lectura que había realizado al respecto. Mi reacción fue bastante lamentable,
porque debo confesarles que dejé de prestarle atención, pensando que la
antipsiquiatría era una onda parecida a los antivacunas: un movimiento tan poco
razonable como peligroso para la salud pública. No fue sino hasta el penúltimo
semestre que comencé a acercarme de manera directa al tema, leyendo “El mito de
la psicoterapia” de Thomas Szasz. Para ser un libro breve, me tardé mucho en
terminarlo; pasé entre dos y tres semanas para leer las primeras 50 páginas: el
resto lo devoré en un par de días. Había algo en ese libro que me hacía
debatirme entre arrojarlo por la ventana de mi cuarto y colocarlo en un sitio
especial en mi librero o en mi mesita de noche. Justo a tiempo para la crisis
existencial de estar terminando una licenciatura y no saber qué hacer con el
resto de tu vida.
Mi idea sobre la antipsiquiatría
ha ido desde el rechazo absoluto, el enamoramiento, y la búsqueda de un punto
intermedio entre ambas posturas. Había planeado escribir este post desde hacía
ya varios meses (de hecho, el borrador original fue uno de los motivos que me
llevó a abrir el blog en primer lugar), pero en ese momento mi postura estaba
todavía muy pegada al enamoramiento. Y es que si algo podemos reconocerle a
autores como Szasz es su excelente manejo de la retórica.
Lo que puedo decir ahora de la
antipsiquiatría es que es algo que sin duda merece la pena un lugar dentro de
nuestras lecturas, ya sea como psicólogos, terapeutas, e incluso como
pacientes. La mera provocación nos lleva a cuestionarnos distintas prácticas, y
esto me parece sumamente valioso en sí mismo.
Para entender de qué va la
antipsiquiatría lo primero que tenemos que hacer es reconocer que decir que un
trastorno mental es el equivalente psicológico de una enfermedad física es sólo
una metáfora. Lo cierto es que aquello que se considera como psicopatológico
tiene tantos componentes socioculturales que la biología se nos queda corta; es
un componente muy importante, sí, pero no el único y muchas veces no podemos
asegurar que sea el de mayor peso, ya que incluso si existe un daño orgánico severo
las condiciones ambientales en las que vive la persona pueden empeorar
notablemente su situación o ayudarle a sobrellevarla de mejor manera.
Las pruebas que tenemos para
determinar si alguien tiene alguno de estos trastornos, en la mayoría de los
casos, son mediciones subjetivas (de la misma forma que es subjetivo reportar
el dolor de muelas que sentimos). Esto no quiere decir que el sufrimiento
detrás de ellos y las conductas que conforman ese trastorno no sean reales.
Simplemente es admitir que se trata de una clasificación de dicho sufrimiento que
está sujeta a cambios constantes; la historia de manuales como el DSM está
llena de ejemplos. La homosexualidad era considerada un trastorno que ameritaba
medicación y terapia unas décadas atrás; hoy en día ese tipo de tratamientos
son considerados una violación a los derechos humanos. ¿Quién nos asegura que
no sucederá lo mismo en el futuro con algún otro diagnóstico?
Lo segundo que es importante
puntualizar es que si algo comparte la palabra “antipsiquiatra” con
“existencialista” y “hípster” es que la mayoría de las personas a quienes se ha
clasificado bajo esas etiquetas se han deslindado de ellas. En gran parte se
debe a que no se trata de un término muy preciso que digamos. La mayoría de
estos autores comparten dos cosas (y poco más que eso): haberse formado y
ejercido como psiquiatras, y tener una postura crítica hacia su profesión. Algunos
de los autores a quienes se incluye en este espectro son Thomas Szasz, R. D.
Laing, David Cooper, Franco Basaglia, Giorgio Antonucci, e incluso podríamos
catalogar dentro de la misma línea a Michel Foucault.
Si quisiéramos hacer un resumen
muy breve de algunas de las críticas principales, podríamos clasificarlas de la
siguiente manera:
- Críticas hacia las prácticas coercitivas
Oposición a la hospitalización de los pacientes psiquiátricos
- Críticas hacia los fundamentos científicos de la psiquiatría
- Críticas a las políticas de salud mental
- Recuperación de los componentes socioculturales y ambientales en los modelos de psicopatología
- Cuestionamientos hacia el modelo de relación de ayuda
- Búsqueda de una conciencia histórica
En sí, lo que está detrás de
todas estas críticas que se realizan a la psiquiatría es una defensa de los derechos
humanos de los pacientes. La importancia del respeto a la libertad y la autonomía,
del consentimiento, y de la integridad física son temas recurrentes. Lo cierto es
que, aunque algunos de estos puntos han tenido un avance importante en los últimos
años, todavía siguen existiendo prácticas coercitivas que continúan generando
polémica, como la hospitalización involuntaria de quienes manifiestan su deseo
e intención de acabar con su propia vida.
Si bien hay aspectos de las
propuestas de estos autores que se han ido quedando un tanto obsoletas, o que podemos
criticarles, lo cierto es que su lectura nos lleva a reflexionar en torno a las
prácticas terapéuticas que llevamos a cabo, y a preguntarnos qué podemos hacer
para mantenernos en el respeto hacia el otro (empezando por definir a qué le llamamos
respeto). También nos hacen ir más allá de la psicología y la psiquiatría en
nuestra búsqueda para entender mejor eso a lo que le hemos llamado “psicopatología”,
y abrirnos a los saberes no sólo de otras disciplinas, sino también a escuchar
y leer las experiencias de personas que han pasado por momentos desagradables
bajo el modelo actual de salud mental, y conocer un lado más de la historia.
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